El club me ha aportado muchas cosas buenas, pero sin ningún lugar a dudas, lo mejor son las personas que he conocido y esta amistad que es capaz de viajar kilómetros, traspasar fronteras y cruzar un océano entero. Los sentimientos, son ligero equipaje, pero son capaces de llenar una vida entera de felicidad.
Gracias chicas, desde que os conocí he aprendido mucho, me he sentido arropada, apoyada y valorada, son cosas que jamás podré olvidar, y aunque nos separe la distancia y el tiempo, yo estaré aquí, siempre que me necesitéis, porque vosotras lo valéis. Sois grandes, pero no solo como escritoras, que también, pero me quedo con lo mejor y es lo que hay en vuestro corazón. La valía de las personas, se mide por la capacidad de entrega, de trabajo, de dar sin pedir... y vosotras sois las más valiosas personas que he tenido el placer de conocer.
No soy dada a grandes y fervientes muestras de cariño, me lo impide mi carácter retraído, pero espero que no olvidéis que os quiero mucho y que seguirá siendo así.
Este año ha sido increíble, nos hemos consolidado, en nuestra pasión, que es la escritura, pero sobre todo como amigas.
Y después de todo lo vivido, sin duda es lo que realmente merece la pena.
Estoy orgullosa de vosotras, de conoceros y de ser vuestra amiga, me alegro de vuestras victorias y lloro con vuestro dolor, ¿Sabéis lo importante que es esta unión? Más allá del mundo que nos rodea, que a veces es falso y cruel, saber que estáis ahí es más de lo que se pueda tener.
Lo cierto es que me he puesto un poco moñas, lo reconozco, pero a veces me sale la vena mimosa y no puedo sujetarla.
Para conmemorar esta etapa ganada, no se me ocurre nada más que hacer lo que mejor se me da, o lo que más me gusta hacer, y es escribir. Así que aquí va mi regalo de aniversario, espero que os guste.
EL AMOR DE ARES
La lluvia empapaba nuestros cuerpos, azotaba fría y despiadada y se colaba
por entre las armaduras, mojando nuestra piel, pero todos permanecimos
impasibles ante el espectáculo que se desarrollaba frente a nosotros.
Las gotas del llanto del cielo, nos impedía la visión, las nubes, negras y
gruesas, no dejaban pasar la luz del sol.
Hoy era nuestro último día en la tierra, mis compañeros y yo, bien lo
sabíamos, después de esta cruel batalla, que estaba por comenzar, no quedaría
ninguno con vida, pues nos superaban con ganas en número. Pero no temíamos, no,
nuestro valor ya estaba más que demostrado, y hoy, se terminaría todo. Una vida
llena de sacrificios, de guerras, de dolor, un fin digno para cualquiera de
nosotros.
Miré por encima de mi hombro a cada uno de mis compañeros. Durante años, nos
habíamos protegido unos a otros, nuestras vidas no valían nada sin no estaban
nuestros compañeros. Ellos miraban al frente, intentando discernir la cantidad
de enemigos dispuestos para la lucha.
Sonreí. No había miedo en sus miradas, solo pura curiosidad y mi orgullo
creció todavía más.
Me giré, dando la espalda al enemigo, y mirando de frente a mi ejército de
valerosos guerreros.
Sus miradas se clavaron en mí, esperaban que yo los animara como lo hiciera
tantas veces antes, pero todos sabíamos que esta vez sería distinta.
-Hoy, mis queridos amigos, mis compañeros, mis hermanos, lucharemos la
última de las batallas. Hoy la lucha será distinta. No lucháis por mí, ni por
la patria, ni por el rey, hoy la lucha será por vosotros, restauraremos nuestro
honor mancillado con mentiras e injurias, hoy, queridos hermanos, lucharemos
hasta desfallecer, rubricando así una batalla que perdurará en las memorias. Vuestros
hijos os nombrarán con orgullo, vuestras esposas os llorarán con dolor y
nuestra patria nos tratará como los honores que merecen los mejores, pero eso
es lo que somos, los mejores guerreros que Grecia conoció, y con nuestra sangre
y valor, quedará demostrado –alcé aún más la voz-. Hoy mis queridos hermanos,
hasta los que más nos odian, nos mirarán con temor, porque no hay valor como el
nuestro, ni fuerza superior,¡¡¡¡¡ hoy… nuestra sangre manchará la tierra y
nuestro sacrificio será la prueba de nuestra lealtad y nuestro honor!!!!!
Alcé mi espada al aire y el sonido de los vítores inundó el espacio.
-Valor compañeros, el más allá tiene las puertas abiertas para nosotros y el
paraíso nos espera. Solo os pido una última cosa, si este es nuestro fin,
acabaremos con todas las almas que podamos a nuestro paso, ¡¡¡¡arrasando!!!!. –Grité.
Ellos gritaron a su vez. Desenfundaron sus espadas y se posicionaron a mi
lado. Mi corazón golpeaba con fuerza dentro de mi pecho. Era un ritual, antes
de cada batalla amenazaba con salirse de su lugar. Miré mis manos, en otro
tiempo, femeninas y delicadas, ahora duras y llenas de callos, como la de
cualquier hombre, atrás quedaron los vestidos, las joyas y los peinados, iba a
morir, pero lo haría luchando, no de rodillas.
Nuestros enemigos gritaron y comenzaron a avanzar. Me quité el casco y mi
largo pelo rubio, lo único de mi vida anterior a lo que no pude renunciar, cayó
húmedo en mi espalda.
-Mi señora, así sois más visible, os ruego que os cubráis.
Miré a mi fiel amigo.
-No Hiriades, hoy quiero ser yo, deseo que sepan quién les quita la vida.
-Pero mi señora… eso los atraerá hasta vos.
Sonreí con malicia.
-Eso es amigo, más para mí.
Mis compañeros soltaron una carcajada y desenfundaron a la vez que yo
ordenaba avanzar a paso rápido hasta nuestros enemigos y comenzar la batalla.
No podía oír nada, las pisadas, los gritos ensordecedores y el ruido del
agua, limitaban mis sentidos, pero ya no importaba, mi mente estaba ocupada en
una sola cosa, luchar, luchar hasta morir y conceder a mis hombres el honor que
tan vilmente les había sido arrebatado.
De pronto el cielo se abrió, literalmente, y los rayos de sol inundaron la
pradera, un ser, todopoderoso e inmortal cayó hasta la tierra, como un trueno.
Tanto los enemigos como nosotros, nos detuvimos en el acto, contemplando
anonadados la belleza colosal del Dios, mi Dios.
Ares miraba a su alrededor, con el ceño fruncido. Sus ojos azules como la
noche barrieron de una pasada todo lo que le rodeaba y se disgustó aún más. El enemigo, primero fascinado, no daba crédito a lo que sus ojos veían, al segundo, uno tras otro, fueron hincando la rodilla ante su señor.
Sus ojos se clavaron en mí. Y mi corazón aleteó contento.
-¿Qué hacéis aquí? –Le pregunté.
Él, con paso lento y parsimonioso se acercó. Su mano acarició mi
cara y yo lo agarré por la muñeca, justo por donde terminaba el ancho brazalete
de oro, que la decoraba.
-No estoy preparado para perderte, todavía no.
-Pero prometiste no participar en la batalla.
-Y no lo haré.
-Ares…
-Te di mi palabra, no participaré, pero eso no quiere decir que deba
quedarme fuera de juego, ¿no?
Sabía de la retorcida mente de los dioses, lo conocía de primera mano. Ares era
el dios guerrero, destinado a luchar, su furia y sed de sangre no conocían
límites, era despiadado y cruel, pero en su corazón, solo había un pequeño
hueco para el amor, y ese lugar lo ocupaba yo, una simple mortal.
-No entiendo qué haces…
-No temas, Heilaya, descubrí al traidor y le di las pruebas a tu rey, él ya
debe haberlo averiguado todo.
Di un paso hacia atrás, rompiendo así todo contacto.
-¿Qué has hecho, Ares? –le grité ceñuda.
Mi dios solo sonrió, con picardía.
-Nada, lo juro Heilaya, no hay trucos, ni magia, el traidor es el que es,
sin adornos ni trampas.
-¿Quién traicionó a mis hombres?
-Adelphos.
Escuché la exclamación de los guerreros a mi espalda.
Ares alzó el rostro y miró a su alrededor, conforme asintió. Había visto
algo, que nosotros todavía no.
Volvió su fría mirada hacia mí.
-Te juré que no participaría en la batalla a tu favor, a pesar de mi
disgusto, accedí a tus deseos, pero he decidido ganar tiempo.
-Tiempo, ¿para qué?
-Para que se haga lo que se debe hacer.
Y así eran los dioses, caprichosos en extremo y enigmáticos hasta la
exasperación. Fruncí el ceño, pero al momento, escuché un ruido proveniente de
lo alto de la colina. Caballos.
Lo miré incrédula, ¿qué había hecho esta vez? Y él me sonrió con dulzura,
como solo me sonreía a mí.
La bandera del rey Corban ondeaba alta, a la cabeza del ejército que bajaba hasta
nosotros a toda velocidad. Se detuvieron a pocos metros, y los soldados
cerraron filas alrededor de su rey, que altanero, me miraba con odio desde su
montura. No se doblegaría ante mí, a pesar de que en el pasado fuimos grandes
amigos y aliados, pero vio al dios y no le quedó otra alternativa que rendirle
la debida pleitesía. Desmontó y se arrodilló, todos los demás lo imitaron.
Ares se acercó hasta el ejército enemigo y le dijo algo a un soldado, que
corrió raudo a cumplir su orden, al poco rato, se acercaba en caballo, el rey del otro
bando.
Cuando estuvieron juntos, Ares comentó a mi antiguo amigo.
-Hoy te daré el mayor de los regalos, el de la verdad, se prudente y actúa en
consecuencia.-Miró al otro monarca y le dijo- He aquí tu traidor, aquél que con
trampas y alevosía, corrompió vuestro corazón.
Los soldados crearon un pasillo y en el fondo, Adelphos caminaba atado. Sus ojos
bailaban de un lugar a otro, aterrado. Por un instante sentí lástima, hasta que
me vio.
-¡Ayúdame Heilaya! ¡Tú eres la única que puedes ayudarme! Ten piedad de mí,
hermana.
-¿Piedad? ¿Me suplicas piedad cuando tú no tuviste ninguna al enredarme a mí
y a mis hombres en tus mentiras y conspiraciones? ¿Acaso tuviste piedad de esto
hombres leales a los que hundiste arrebatándoles lo único que por derecho les pertenece?
Tú mismo has cavado tu propia tumba, ahora sé un hombre y acepta las
consecuencias de tus actos.
Adelphos tiró de sus apresadores hasta quedar de rodillas frente a mí.
-Yo solo cumplía órdenes, ¿no lo entiendes? ¿Acaso no habrías hecho tú lo
mismo?
Los soldados tiraron de él, arrastrándolo y yo le indiqué con un gesto que
se detuvieran. Alcé mis ojos hasta Ares y después al rey, que de pie, me miraba
pálido.
-¿Órdenes? ¿De quién? –Pregunté si apartar la mirada del rey.
-¡Pues de Corban, nuestro rey! ¿Acaso no lo habrías obedecido tú?
-No… no lo habría obedecido, hermano, aunque eso supusiera mi propia muerte –Contesté,
con la voz fría como el hielo.
-¿Le vas a creer? –me gritó Corban- No es más que un sentenciado, no tiene
nada que perder.
-Y por eso mismo le creo… -declaré.
El rey palideció aún más y me miró con el fuego del odio brillando en sus
ojos. Sabía que Ares no le permitiría moverse, pero estaba segura de que sin la
presencia del dios, Corban hubiese intentado matarme. Mala suerte, aunque no
estaba segura de si para él o para mí, pues mis deseo de atravesarle con mi espada no
desmerecían los suyos.
Miró al dios como una última salida. Ares solo tenía ojos para mí. Más de
una vez me había comentado que cuando la furia me invadía, las llamas da mis
ojos le atraían de una manera irresistible.
-Ares, entregad al traidor y acabemos con esto –Susurró.
Por fin el dios le prestó atención.
-Y eso he de hacer.
Se acercó hasta él y sin el más mínimo esfuerzo lo cogió por el cuello, y lo
llevó junto al enemigo. Lo soltó, Corban al caer produjo un sonido sordo,
seguido por un resuello de dolor.
En el campo no se oía ningún ruido más.
Se puso en pie con lentitud y se giró hacia mí.
-No lo permitirás, ¿verdad Heilaya? No consentirás que entregue a tu rey a
estos bárbaros, sabes bien que harán conmigo.
No lo quise pensar, Corban había sido mi amigo desde mis más tierna
infancia, habíamos crecido juntos, éramos primos, pero al heredar el trono, el
poder y la gloria habían oscurecido su corazón y lo convirtieron en un ser
despiadado y cruel.
-Bien lo sé, Corban, y tú también porque es lo que harías tú. Ares, ¿Corban
es culpable?
-Lo es, oteé su pasado, lo vi con mis propios ojos.
-Pues entonces, ya no eres mi rey, no haré nada por ti.
-¡Heilaya! –me gritó- No puedes dejarme así, sin más. ¿Y tu juramento de
lealtad?
-Quedó anulado en el mismo instante en el que me vendiste, Corban,
traicionando mi fidelidad, y hundiendo mi vida y la de mis hombres en el más
oscuro agujero, en el que solo están los traidores, los sin honor.
Me giré dando la espalda a lo que quedaba de mi familia sanguínea.
Los enemigos cogieron a sus presas, que no dejaban de gritar y patalear. No pude
soportarlo.
-¡Tened al menos el honor en la muerte que os faltó en la vida! No nos
avergoncéis más….-Les grité.
Las tropas enemigas se dispersaron, mientras que mis hombres junto con los
de Corban, permanecimos allí, sin saber muy bien que hacer durante unos minutos.
Miré a Ares a los ojos. El brillo malicioso de su mirada me indicaba de que
estaba satisfecho con el resultado. Yo no podía decir lo mismo. La traición que
me golpeó por la espalda venía de mi propia familia, y a pesar de todo, me
dolía.
-Ahora el trono es tuyo, Heilaya, eres la única heredera con vida.-Me soltó
el dios.
-No lo quiero, bien lo sabes.
Ares negó con la cabeza, divertido.
-Eso poco importa, es tu deber. Y sabes, tan bien como yo, que jamás dejarás
de cumplir con tu deber.
Suspiré frustrada.
-Al parecer la vida no me sonríe.
La carcajada de Ares resonó en el campo de batalla. Se acercó hasta mí
divertido.
-Cualquiera diría, mujer, que ser reina de una gran extensión de tierra,
ocupada por buenas gentes, es una carga odiosa.
-Para mí lo es. Yo no soy de corte, ni de diplomacia ni política, soy
guerrera, Ares, lo mío es la guerra.
-Pues bien, mi amor, tu ejército supera con mucho al más grande, podrás
jugar a la guerra siempre que te apetezca.
Y me besó, con pasión, con la fuerza desmedida de la pasión retenida. Me encendí
como una llama. Lo amaba, y él a mí. Sin embargo nuestro destino no podía ser
más aciago. Él lo sabía y yo también.
Se separó despacio y clavó su mirada en mis ojos.
-Sabes que hoy me has salvado, pero mi muerte vendrá, tal vez mañana, o
dentro de un mes o un año, ¿para qué prolongar lo inevitable?
-Porque un segundo contigo, bien lo vale, Heilaya. Daré cualquier cosa por
prolongar tu efímera vida y disfrutaré de cada instante. Eso es lo que me mantendrá
en pie cuando tú faltes.
Me acarició con las yemas de los dedos y desapareció.
No tardaría en volverlo a ver. Nunca se demoraba demasiado y eso hizo que mi
corazón palpitara emocionado. Pues que así fuera, él lo había decidido, si es
lo que quería le colmaría la mente de recuerdos hasta el fin de los días, y tan
buenos que jamás nadie los superaría.
©Arman Lourenço Trindade
Para inspirarme he estado escuchando:
Espero que os haya gustado ;)
Me despido con un deseo, que este sea el segundo de muchos más, que la armonía, la amistad sincera, el apoyo, y el compañerismo vayan en aumento día a día.
Sois las mejores chicas, y os quiero mucho.
Madre mía me has puesto toda sensiblona, muchas gracias por tus palabras que las siento como mías. Y como siempre te digo y te diré: Me encanta como escribes.
ResponderEliminarUn besazo y un achuchón enooorme.
No me salen las palabras ni habladas ni escritas.
Dama N. Prayton
Me has sacado unas lagrimitas, Arman, que sepas que comparto cada una de tus palabras y me siento muy afortunada de haber pasado a ser una plumilla y tener la oportunidad de conocer a las personas maravillosas que son cada una de ustedes, todas nobles, talentosas, y sobre todo excelentes amigas, son una bendición. Como Dama, diré que me encanta cómo escribes y la pasión que pones en tus letras, te admiro mucho.
ResponderEliminarUn abrazo enorme para ti.
feliz aniversario, hace mas de un año que sigo el blog que es fantastico y felicito por el escrito que han hecho, mis felicidades para ti, ana maria seoane riera
ResponderEliminarArman, hermosa!!! Qué palabras!!!! Siempre sabes cómo hacernos emocionar!!! Y ni que hablar de tus creaciones!!! Puro sentimiento y emoción!!! Realmente es maravilloso haberte conocido y más aún compartir esta amistad que va más allá de la distancia. Son maravillosas chicas!!!!! Sin más palabras!! Preciosa entrada!!!! 😘
ResponderEliminarArman que hermosas palabras!!!! Siempre nos emocionas!!!! Y el relato sublime!!!
ResponderEliminarBesos!!
Estamos interesadas en las escritoras jovenes de literatura fantastica. Para participar de concursos internacionales y ferias del libro. comunicarse al info@artethay.com
ResponderEliminarhttp://www.artethay.com/